Hacia finales del siglo XVIII y principios del XIX arribaron a Guatemala contingentes asiáticos (chinos en espcial), que comerciaban loza, papel, pólvora y otros productos, entre Puerto Caballos y la Ciudad de Santiago de Guatemala. La más importante ruta comercial, el camino real, pasaba obligatoriamente por Santiago Sacatepéquez en su asentamiento original. Es posible que se hubiese afincado un grupo asiático por aquellos parajes, pero certeza histórica aún no existe. Lo que sí puede afirmarse es que a partir de 1899, según la tradición oral de los ancianos de Santiago Sacatepéquez, el vuelo de los barriletes gigantes se inicio aquel año final del siglo XIX.
Desde el punto de vista histórico y antropológico, puede inferirse que en ellos confluyeron y se fusionaron las creencias prehispánicas con las creencias cristiana por medio de la evangelización franciscana. El tamaño de los barriletes se debe a la creatividad de los propios habitantes de ese municipio, a su trabajo colectivo y a la necesidad de honrar a sus antepasados por medio de vincular el inframundo con el supramundo, ahora cristianizado, utilizando elementos de elevada vistosidad, dedicados no a los habitantes vivos, sino a los propios antepasados que tienen también vida propia. Solo así se explica el colorido y el diseño de los grandes barriletes.
Alrededor de los barriletes gigantes existen dos tiempos: un tiempo ritual un tiempo de contextualización de la identidad maya. Podría asegurarse que desde 1899 hasta 1991, el barrilete gigante continuó con la mística propia de una ceremonia de difuntos: se elaboraba en comunidad bajo dirección de los Principales y Ancianos del lugar.
La confección del barrilete mismo era mística y cósmica, al punto que los vivos enviaban “un telegrama” a sus ancestros, perforando el papel y pasándolo por el carrizo para que con el aire llegase al barrilete mismo en las alturas, y así el antepasado podría darse por enterado de las penas y alegría de sus familiares más íntimos.
Desde el punto de vista histórico y antropológico, puede inferirse que en ellos confluyeron y se fusionaron las creencias prehispánicas con las creencias cristiana por medio de la evangelización franciscana. El tamaño de los barriletes se debe a la creatividad de los propios habitantes de ese municipio, a su trabajo colectivo y a la necesidad de honrar a sus antepasados por medio de vincular el inframundo con el supramundo, ahora cristianizado, utilizando elementos de elevada vistosidad, dedicados no a los habitantes vivos, sino a los propios antepasados que tienen también vida propia. Solo así se explica el colorido y el diseño de los grandes barriletes.
Alrededor de los barriletes gigantes existen dos tiempos: un tiempo ritual un tiempo de contextualización de la identidad maya. Podría asegurarse que desde 1899 hasta 1991, el barrilete gigante continuó con la mística propia de una ceremonia de difuntos: se elaboraba en comunidad bajo dirección de los Principales y Ancianos del lugar.
La confección del barrilete mismo era mística y cósmica, al punto que los vivos enviaban “un telegrama” a sus ancestros, perforando el papel y pasándolo por el carrizo para que con el aire llegase al barrilete mismo en las alturas, y así el antepasado podría darse por enterado de las penas y alegría de sus familiares más íntimos.
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